Sigue pasando el tiempo y con él las cosas cambian. Pero más que las cosas, me he dado cuenta de que soy yo, el que cada día se parece menos al que la semana pasada escribía.
Todo cambia… Mis perspectivas cambian, mi modo de vida cambia, mi estilo cambia, mi música cambia, mis amistades cambian, mis costumbres cambian, pero en esencia sigo siendo el mismo que hace años vino al mundo.
Sé que parece filosófico, y posiblemente así lo sea.
¿Qué quiero dar a entender? Pues que aunque pinte la fachada de mi casa de mil colores, por dentro sigue siendo la misma, y aunque algunos de sus habitantes se han marchado y han vuelto, a fin de cuentas son los mismos.
¿Qué si quiero remodelar la casa? Creo que no hace falta. Para que si todos la verán por fuera. Para que si solo criticaran la puerta mal pintada y el vidrio roto. Para que si solo verán salir a sus habitantes de vez en cuando. Para que si solo yo duermo en ella.
¿Qué por que la pinto tan seguido? Posiblemente para aparentar. No quiero que piensen que no estoy al día. No quiero que piensen que no tengo dinero. No quiero que se den cuenta de esa mala racha que enfrento. Y definitivamente, porque si está pintada puedo colocar un rotulo que diga: “CUIDADO, PINTURA FRESCA”
¿Qué si no quiero que se me acerquen? ¡Sí! Si se me acercan solo corro peligro. Quien va a saber si un alma malintencionada quiere robar lo que tengo en mi casa. Prefiero no correr el riesgo… es DEMASIADO aventurado.
¿Qué si lo que tengo en mi casa es de mucho valor? Por supuesto. Todas son cosas únicas e inigualables.
¿Qué si algún día las compartiré? Porque las compartiría, si cada quien tiene las suyas. JAMAS. Eso si no va a pasar. Lo que hay en mi casa es mío y aunque tenga invitados regularmente, ellos nunca podrán apoderarse de ellas.
Para ofrecer solo tengo la pintura, el estilo, las ventanas, las puertas e inclusive las llaves. Siempre se puede cambiar la cerradura… ¿no?